Arqueología del Paisaje: La humanización de las cumbres cantábricas

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Al vislumbrar las altas cumbres de una cordillera elevándose sobre el horizonte, viene a nuestra mente la sensación de contemplar territorios distantes, auténticas zonas marginales alejadas de la vida cotidiana de la gente. Esta impresión se acentúa al pensar en la importancia de las zonas montañosas europeas en el pasado. Y es que, en Europa, aún consideramos las montañas como los últimos “paisajes naturales” del continente, donde la acción transformadora de los seres humanos habría llegado de forma más tardía y superficial en comparación con las zonas costeras o de relieve más amable.

Sin embargo, investigaciones recientes señalan que los pastizales localizados a la sombra de los picos más altos del viejo continente son en realidad el resultado de la interacción entre los seres humanos y el medio ambiente. Estas nuevas lecturas toman forma a partir de una estrategia investigadora que se ocupa de analizar las relaciones entre las comunidades humanas y su entorno: la Arqueología del Paisaje .

Figura 1. Vista de los pastizales de altura en las cercanías de La Cueta (Cabrillanes, León, España).

Esta línea de investigación cuenta ya con cierta trayectoria en cadenas montañosas como los Alpes o los Pirineos . Sin embargo, en otras zonas altas europeas, como el Macizo Galaico o la Cordillera Cantábrica en el Noroeste ibérico, aún no se han llevado a cabo este tipo de estudios. Estas regiones han llegado a ser calificadas de “paraíso natural”, como exitosamente acuñó hace 30 años la agencia asturiana de promoción turística. Pero, ¿de verdad estos verdes prados son espacios paradisíacos casi vírgenes? ¿Cuál ha sido la relevancia de la acción humana en la configuración de estos paisajes a lo largo de la historia? Estas son las preguntas que tratamos de contestar a través de un programa de investigación arqueológica que pretende desentrañar la biografía de los paisajes de alta montaña de la Cordillera Cantábrica.

Con este objetivo, hace pocas semanas concluíamos los trabajos de campo de un proyecto piloto en las montañas de la comarca leonesa de Babia coordinado desde el Instituto de Ciencias del Patrimonio (Incipit) del CSIC, y que contó con el apoyo de The Prehistoric Society y el Department of Archaeology de la Durham University (Reino Unido) . Durante tres semanas, realizamos prospecciones y excavaciones arqueológicas en antiguos asentamientos estacionales por encima de los 1700 metros de altitud. Estos asentamientos, que en la zona reciben el nombre de “majadas” o “brañas”, alojaban a los pastores y a sus rebaños durante los meses estivales.

Figura 2. Trabajos de excavación de una antigua cabaña de pastores en la zona alta de Babia.

Las sensaciones al término de nuestra primera campaña no podrían ser mejores, puesto que hemos obtenido gran cantidad de información arqueológica. Por un lado, reconocimos una amplia presencia de estructuras arruinadas vinculadas con el pastoreo: refugios y cabañas de pastores, cercados de diferentes formas o tamaños para el ganado. Recogimos también varios centenares de objetos arqueológicos, fundamentalmente fragmentos de cerámica.

El estudio preliminar de los sitios y las piezas arqueológicas descubiertas revela el fuerte impacto de la ganadería trashumante con movilidad estacional de los últimos dos o tres siglos. Entonces el pastoreo constituía una actividad central para los habitantes de esta zona, como complemento a la agricultura desarrollada en los fondos de valle. Pero no sólo los rebaños locales se alimentaban en estos pastos durante el verano, sino que también llegaban a Babia grandes rebaños de ovejas desde tierras extremeñas a través de la trashumancia heredera del sistema de La Mesta . Además, las excavaciones de antiguas cabañas arruinadas desvelaron que alguna de ellas fue ocupada en época medieval, a la vista de determinados tipos cerámicos característicos de esa época.

Figura 3. La prospección geofísica con magnetómetro permite reconocer la existencia de estructuras enterradas invisibles desde la superficie.

En el entorno de las brañas y majadas estudiadas recuperamos también unos pocos fragmentos cerámicos que podrían ser mucho más antiguos, quizá prehistóricos a la vista de sus características. Por ello, y mientras terminamos de estudiarlas en el laboratorio, podemos pensar que estos restos serían los testimonios más antiguos de la presencia de pastores en estas montañas. Dichas piezas procederían de cabañas y refugios ocultos a nuestros ojos por el paso del tiempo. El descubrimiento de dichos objetos, exige usar métodos de prospección geofísica que detecten la existencia de restos constructivos completamente cubiertos por sedimentos.

Una observación interesante es valorar cómo, a lo largo de distintas etapas históricas, los pastores han seleccionado localizaciones semejantes para establecer sus asentamientos estacionales. Se trata de lugares resguardados de los vientos dominantes, cercanos a corrientes de agua fresca, con amplia visibilidad sobre las mejores zonas de pastos de su entorno, y protegidos del riesgo de avalanchas y deslizamientos de ladera. Estos enclaves, que habrían resultado atractivos para pastores de diferentes períodos históricos, generan verdaderos palimpsestos arqueológicos: acumulaciones entremezcladas de los rastros materiales generados por los grupos humanos en diferentes fases de la biografía de estos paisajes.

Figura 4. Las actividades pastoriles han dejado su huella en estas montañas desde hace milenios. Trabajos de documentación topográfica de estructuras ganaderas antiguas presentes en zonas actualmente en uso por el ganado.

Nuestras investigaciones arqueológicas en la Cordillera Cantábrica muestran que la presencia humana en estas montañas es constante desde hace al menos 6.000 años. De hecho, estas observaciones concuerdan con los resultados derivados del análisis de datos polínicos recuperados en varios lagos y turberas de la zona. Dichos análisis consideran el pastoreo como la principal actividad con la que las comunidades locales modelaron progresivamente estos paisajes montañosos a lo largo de miles de años.

En conclusión, la alta montaña cantábrica no fue en absoluto una zona marginal para los grupos humanos pretéritos, puesto que estos paisajes desvelan un fuerte impacto de las actividades pastoriles desde el final de la Prehistoria. El paso del tiempo, y el continuo esfuerzo colectivo invertido en esta tierra por las familias campesinas favoreció la extensión de los pastizales y el retroceso del bosque, en conexión con las realidades culturales, sociales o políticas de cada etapa histórica. Como resultado de ello, las zonas montañosas como Babia han ido adoptando progresivamente los tonos y las formas precisas que hoy podemos captar si dirigimos nuestra mirada hacia estas zonas elevadas, que más que “paisajes naturales” constituyen eminentemente “paisajes culturales”.

Por Dr. David González-Alvarez, Investigador Postdoctoral Visitante, Department of Archaeology, Durham University; Investigador postdoctoral, Instituto de Ciencias del Patrimonio (Incipit) del CSIC. SRUK Delegación de NorthWest.

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Perfiles del autor en  Academia.edu y Google Scholar

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