Las últimas décadas han sido testigo de la incorporación de las mujeres a ámbitos de nuestra sociedad a los que antes no tenían acceso ya que históricamente han sido relegadas a un papel secundario. Las mujeres han llamado a la puerta del progreso para reclamar un rol más activo en el desarrollo de la sociedad. Pero, ¿realmente han cambiado tanto las cosas para ellas, para nosotras?
La ciencia ha sido uno de esos ámbitos en los que las mujeres se han ido incorporando a cuentagotas. A día de hoy, las mujeres del llamado primer mundo podemos estudiar una carrera de ciencias, podemos hacer un doctorado, podemos investigar. Podemos pero, ¿lo hacemos? ¿en qué condiciones? ¿las mismas que nuestros compañeros?
Si solo nos fijamos en lo que ven nuestros ojos podríamos decir que sí. Yo decidí por mí misma que quería estudiar una carrera de ciencias, y que quería investigar, hacer un doctorado y una estancia postdoctoral. Y lo hice, hice todo lo que quería. Pero echando la vista atrás a estos casi 15 años rodeada de ciencia, me doy cuenta, con cierta sorpresa, que recuerdo bastantes momentos en los que aguanté y claudiqué con situaciones y comentarios que eran de todo menos alentadores para seguir con mi carrera científica. Desafortunadamente, he tenido que escuchar, por parte de compañeros y compañeras investigadores de todas las edades y nacionalidades, frases como “las mujeres sois peores científicas” o “Esa chica publica bien porque es el ojito derecho del jefe”, además de sufrir en mis propias carnes que me califiquen de histérica o terminen una discusión científica diciéndome “be more scientific and less girly” (sé más científica y menos chica). No suena muy alentador, ¿verdad?
Video elaborado por la Cátedra de Cultura Científica de la Universidad del País Vasco
Hace poco se publicaba un estudio que decía que las niñas de 6 años ya se consideraban menos inteligentes que los niños de su edad, ideas preconcebidas que tienen un gran impacto en las aspiraciones profesionales de estas mujeres. Si no hay más mujeres matemáticas, físicas o ingenieras es seguramente porque a lo largo su crecimiento han recibido mensajes incesantes incitándoles a desviarse de ese camino. Estas son las piedras en el camino que nosotras debemos sortear para conseguir dedicarnos a lo que más nos gusta, la ciencia. Al menos son las piedras que se ven y, evidentemente, no son tan grandes como las que tuvieron que superar nuestras antecesoras, pero son el germen de raíces más profundas que nos impiden, de forma velada, progresar y llegar al pleno desarrollo de nuestro potencial científico. Son la base del fantasma de la inseguridad y el descrédito, y se instalan, no sólo en nosotras desde muy temprana edad, sino también en el subconsciente de aquellos y aquellas que deben guiarnos en nuestra carrera o evaluar nuestro trabajo científico, ya sea para publicar en una revista científica o para conseguir una beca o posición superior. Las piedras que no se ven son las que más daño nos hacen y conforman lo que se ha venido a llamar el efecto Matilda.
El efecto Matilda, derivado del efecto Mateo definido por el sociólogo Robert Merton, fue bautizado así por la historiadora de la ciencia Margaret Rossiter en honor a la sufragista Matilda J. Gage que denunció este fenómeno. Según el efecto Matilda, a una científica el sistema de recompensas de la ciencia la beneficiara menos o nada en comparación con sus compañeros varones por el mero hecho de ser mujer, recibiendo menos reconocimientos y pudiendo llegar incluso a negárseles la autoría científica de sus propios trabajos de investigación. Hay ejemplos archiconocidos en nuestra historia. Es el caso de la astrofísica irlandesa Jocelyn Bell Burner, la física austriaca Lise Meitner, la química física británica Rosalind Franklin, la también química física polaca Maria Sklodowska (más conocida como Marie Curie) o la física austriaca Marietta Blau. Pero no hace falta que nos vayamos tan lejos. En España también existe y ha existido el efecto Matilda. El hecho de que la mayor parte de los españoles no sean capaces de mencionar el nombre de una sola investigadora española es solo un ejemplo de ello. Pero haberlas haylas.
Entre esas científicas olvidadas por nuestra memoria histórica se encuentran grandes mujeres como la genetista Jimena Fernández de la Vega becada por la Junta de Ampliación de Estudios, que se convirtió en directora del laboratorio de genética de la Universidad Central; la oceanógrafa Mª de los Ángeles Alvariño, que llegó a formar parte del Centro de Ciencias Marinas de California donde descubrió muchas especies de organismos marinos; y también la botánica Blanca Catalán de Ocón, de la que algunas plantas llevan incuso su nombre. Tal vez uno de los ejemplos más claros del efecto Matilda en la historia de España fue el menosprecio por parte de la comunidad científica que sufrieron las químicas María Teresa Salazar y Piedad de la Cierva. Después de una exitosa carrera científica en el extranjero, ambas se presentaron en reiteradas ocasiones a oposiciones para plazas de catedrático de Universidad, y teniendo un curriculum superior al de sus oponentes varones, fueron rechazadas alegando “causas que no se podían decir” y llegando incluso, en una ocasión, a dejar desierta la plaza para no dársela a una mujer.
Pero volvamos al presente: ¿cómo podemos combatir este mal? Los esfuerzos de estas mujeres no han sido en vano y, gracias a ellas y a su tenacidad, hoy las mujeres científicas gozamos de una posición más privilegiada en el ámbito científico, aunque no exenta de trabas. Las aristas del efecto Matilda contemporáneo son muchas: techos de cristal, conciliación familiar, desigualdad de oportunidades, conciencia social, roles esteriotipados, negación de capacidades…etc. La clave está en cambiar la imagen que la sociedad tiene de las mujeres y, en este caso, con respecto a la ciencia. La solución pasa inevitablemente por impulsar iniciativas que favorezcan la educación en la igualdad y con referentes femeninos así como una mayor visibilización del papel de la mujer en la ciencia y el establecimiento de medidas que ayuden a garantizar la igualdad de oportunidades en la carrera científica.
Las científicas no queremos una posición privilegiada en el panorama científico sino aquella que nos corresponda por meritos propios y no por género. Ya que no debemos olvidar que la ciencia la construimos entre todos y todas.
Si quereis saber más sobre el papel de las mujeres en ciencia, no dudeis en consultar el dossier que hemos elaborado sobre este tema en la Sociedad de Científicos Españoles en el Reino Unido: https://sruk.org.uk/content/womeninscience
Por Dr. María Barreira González, investigadora y editora de este blog. SRUK Delegación de Londres.
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Blog Mujeres con Ciencia, Cátedra de Cultura Científica, Universidad del Pais Vasco.